miércoles, 19 de diciembre de 2007

GARDEL en el corazón del Río de La Plata


Bajo el título del epígrafe, Rodolfo Omar Zatti lanzó a la consideración pública, un nuevo libro sobre particularidades de la vida de nuestro Zorzal. La presentación de la obra se llevó a cabo el pasado sábado 15 en la Casa de Carlos Gardel, Jean Jaurés 735 y la misma estuvo a cargo del historiador Juan Carlos Esteban, quién expresó su pensamiento, tal cual sigue:

Mi amigo Zatti en un exceso de prudencia prefirió poner a Gardel en el corazón del Río de La Plata.
Pero se me hace que Gardel ES el corazón del Río de La Plata en tanto ambas orillas constituyen una comunidad indivisible, cuyo río nos une en una aventura cultural única y sin matices.
Con Uruguay compartimos casi todo lo que somos. Amamos las mismas cosas con tal intensidad que a veces las disputamos como un patrimonio exclusivo.
Pero no hay que engañarse. El tango, esa música bruja e irrepetible, es también una obra común e inseparable. Autores, músicos, cantores de ambas riberas construyeron esa obra magistral que adquirió estatura universal.
Porque solo las obras colectivas se pueden consagrar como patrimonio permanente y el tango es eso. Todavía los catedráticos y los que no lo son polemizan donde comienzan sus orígenes.
Pero como toda construcción colectiva, es anónima y en ese caso estamos condenados a compartirla.
Gardel lo entendió así. Y actuó en consecuencia. Más, aún en los comienzos del siglo XX cuando todavía no era muy lejana la astucia inglesa que nos dividió políticamente en un acto de torpeza consentida.
Hoy todavía recreamos conflictos donde no los hay que atrasan el sueño de la Patria Grande.
Sin embargo Gardel en aquel Uruguay se sintió tan cómodo como en el abasto. El vapor de la Carrera era el corredor móvil que nos confundía como una sola Ciudad Bs. As. y la vieja Montevideo que canto Borges en un emotivo poema.
Después las pequeñas rencillas futbolera nos hicieron creer que éramos diferentes y este sentimiento creció hasta límites impensados.
Pero eso ya es otra historia. Sin darnos cuenta comenzó una discusión sobre el origen del Mago sin apercibirnos que origen no es nacionalidad. En efecto el primero es un accidente biológico y geográfico. Nacionalidad es un sentimiento común de pertenencia que el tiempo y los actos de los hombres no ha conseguido separar.
Somos como se dice Países hermanos y ciudades gemelas y así lo entendió Gardel y lo arriesga el amigo Zatti.
De modo que en el libro de Omar, Gardel se mueve a sus anchas en ambas orillas y sufriría saber el agravio de una disputa por su pertenencia.
Pero la vida tiene esas cosas. Cuando más tenemos que unirnos frente a un mundo que se globaliza, nosotros nos esforzamos en caminar para atrás.
Sin embargo Zatti se arriesgó en hablar de una realidad que fue virtual: la gran comunidad cultural que nos igualaba.
Y hacia ya hay que llegar hoy a pesar que se han sumado nuevos conflictos.
Yo tengo posición tomada sobre el origen de Gardel, pero trato de explicar y Uds. lo podía percibir que me esfuerzo en licuar las diferencias en un ejercicio de comprensión y de lógica que nos conduce a retomar el diálogo.
Por supuesto que francamente la disputa no es tan sencilla ni fácil de resolver.
No es una cuestión baladí en tanto rescato en él gran parte del fenómeno inmigratorio que puso su sello a la Argentina aluvial y cuánto contribuyó Gardel y los flujos migratorios en la formación de la sociedad fundacional.
Encaré la investigación siempre con el objeto de rescatar en qué medida aportaron las corrientes del ultramar a la constitución del Ser argentino y la fascinante integración de esos componentes – caso Gardel – a nuestra idiosincrasia y nuestra personalidad como país.
Por lo tanto el examen acerca del lugar de nacimiento de Gardel tiene sentido si pasa por exaltar en él a los miles de residentes que desde su impronta de otras geografías se fundieron y contribuyeron decisivamente a modelar una personalidad distintiva.
El pensamiento nacionalista pero más su exageración xenófoba quisieron hacer de Gardel un producto rural y autóctono desde su origen, sin comprender que esa fiebre exacerbada de patria que envolvió a los jóvenes inmigrantes y a sus hijos argentinos se manifestó, superlativamente en su trayectoria artística.
Gardel fue uno de ellos y su criollísmo era el de todos.
La búsqueda de identidad propia de las distintas generaciones que compusieron nuestra sociedad; el poderoso impulso existencial inquiriendo quiénes somos y reclamando para sí una identidad propia, estaba férreamente arraigado en nuestra conciencia de “exiliados”. Eramos portadores del “mal metafísico” en nuestro inconsciente colectivo.
Esas vivencias de la búsqueda inicial de nuestro origen, se fue atemperando y hoy ha desaparecido. Esta resuelto.
Pero a principios del siglo XX se acentuaba la condición “criolla” en afán de mantenernos bien diferenciados de la conducta del inmigrante no asimilado.
Gardel mismo tenía a flor de labio su orgullo criollo y tanto fue su esfuerzo raigal, su aferrarse a la tierra de adopción que sus comienzos curiosamente están ligados al folklore campero que nunca abandonó del todo.
Nada autoriza no obstante a confundir su acendrado espíritu rioplatense con la circunstancia de su nacimiento. Al contrario, su origen y su condición infantil de desarraigo inicial hicieron de él como tantos expatriados, un tenaz arquitecto de su nueva identidad.
Y fue un hombre de la ciudad que lo vió crecer. Su criollísmo estaba emparentado en su niñez con la ciudad – puerto de un inmenso reservorio agropecuario que todavía dictaba la influencia rural hasta en su música, pero que el tango urbano comenzaba a desalojar.
Sin duda Gardel era inequívocamente un producto urbano sin rastros de “sitios rurales” que comenzó a frecuentar recién a partir de su primer gira provincial en 1913.
Buenos Aires estaba en plena elaboración de su expresión musical que al comienzo incluía algunos giros y expresiones indisimuladamente gauchesca – tango criollo – que alternaban con el vocabulario lunfardo que se inventaba apresuradamente el hombre porteño.
Su primer etapa se corresponde con un país rural que comenzaba un lento proceso de industrialización. Gardel expresó esa transición que iba a diferenciar a la ciudad del campo. Es verdad que le cantó al medio rural pero desde su condición urbana y con un acento inconfundiblemente porteño.
En el caso uruguayo se expresa exageradamente el sentido de pertenencia del cantor hasta elevarlo a lo patético, porque la formación de Uruguay como nación fue mucho más contemporánea. Ocurrió como un desgarramiento apresurado de un tronco común, muchos de cuyos componentes, compartimos y aún compartiremos.
La formación de la nacionalidad propia en Uruguay – voluntad absolutamente legítima – debe encontrar sus propios límites, sin caer en lo grotesco. Compartir la misma cultura, no los autoriza a apropiarse afanosamente de los espacios comunes, cuyos orígenes son inexcindibles.
Sin embargo fuimos llevados a una controversia no deseada, pero no por eso menos trascendentes porque, en ciertos sectores, se puso en juego, nó el origen de un artista sino que, subrepticiamente, intentaban acaparar con Gardel, todo un patrimonio compartido y aún más, se estaba exacerbando un malsano sentimiento antagónico y chauvinista.
Y no es cosa menor, porque de no ponerle coto sabemos muy bien, donde puede conducir el nacionalismo llevado a sus extremos.
En la base de la controversia anida un espíritu de diferenciación – genuino cuando se trata de exaltar ciertas particularidades regionales –, pero pernicioso cuando la exageración lleva a antagonismos irreconciliables.
Uruguay tanto como la Argentina se enfrentan a un dilema. Dejaron de ser países viables en el sentido macroeconómico del término. Se impone repensar nuestra soberanía en términos de grandes espacios políticos y económicos; - MERCOSUR o como se quiera llamar – y allí tendremos que tributar o resignar parte de lo que, hasta hoy consideramos intransferibles.
La comunidad europea es un ejemplo. Particularmente Francia y Alemania, desgarrados por lo que Borges, con su lucidez habitual, caracterizó como una verdadera Guerra Civil.
Sin embargo, tras un doloroso derrotero de muerte y atraso, comprendieron que las escalas macroeconómicas ya no transitaban los mismos parámetros estadísticos que, en el pasado, los ufanaba de orgullo nacional independiente.
Nuestra América del Sur fue víctima de una “balcanización” que hoy se muestra en toda su insuficiencia. En el siglo XIX las Provincias del Río de La Plata tuvieron que resignar, tributos, gavelas, moneda, ejércitos, justicia y además símbolos diferenciales, en pos de un nuevo esquema de país, compatible con la economía y la política global de aquel entonces. Hoy nos llegó la hora, nuevamente, de repensar en grande ese viejo sueño sudamericano.
Las escalas económicas vuelven a dictar su lógica de hierro. No hay costo, del Estado, que puedan soportar una economía sin escala, frente a los nuevos espacios que se abren, particularmente en el Asia.
La unidad, la integración, la reasignación de ciertos recursos industriales, la incorporación de otros más sofisticados, tendrán que ser revisados a la luz de una nueva realidad. Tal como se nos planteó al comienzo de nuestra Organización Nacional como Argentina moderna.
A modo de ejemplo ¿es compatible un Uruguay, con la misma población que el Santa Fé industrial, pero con un sobrecosto de Administración, para sostener sus fuerzas armadas o su cuerpo diplomático?
¿Cómo sobrellevar un costo de producción automotriz, si la industria Argentina, apenas produce el 20% de lo que sale de las líneas de producción de las terminales brasileras?
Tendremos que especializarnos en proveer de robótica, electrónica, máquinas – herramientas especializadas e ingeniería de alta complejidad, a cambio de reasignar componentes de producción masiva.
Debemos movernos hacia la parte alta en la cadena de valor.
No es propósito de este ensayo proponer un nuevo esquema geopolítico.
Simplemente ejemplificamos lo torpe y dañino de alimentar ciertos nacionalismos frente a un mundo que disputa cuánto debe ceder y cuánto recibirá en un nuevo damero internacional.
En ese contexto integrador las posiciones que se sostienen, en la vecina orilla sobre el nacimiento de Gardel se enmarcan en ese concepto ya perimido del patrimonio cultural exclusivo y excluyente.
Nosotros entramos en la discusión de ese diferendo con el ánimo más amplio de documentar los orígenes ciertos de Carlos Gardel, para compartirlo.
Y ahora viene Zatti en medio de la tormenta a intentar, tímidamente, el primer libro de reconciliación histórica.
Celebramos en él un sentimiento unitario que seguramente Gardel se lo agradecería y nosotros lo resaltamos por su valentía y honradez intelectual.
Parece que el amor a los burros derriba fronteras y el hermoso tango “Bajo Belgrano” nos reconoce a todos unidos gritando a un jockey que fue símbolo de hermandad.
Gracias Omar por atreverte en medio de la tempestad, a iluminar la insensatez de una confrontación que Gardel hubiera reprobado.


Juan Carlos Esteban

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